Sobre cambio climático y crisis civilizatoria
- Centro de Pensamiento Colombia Humana
- 1 oct 2021
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El 30 de julio de l932, Albert Einstein le escribió una carta al profesor Sigmund Freud, en donde le decía que la Liga de las Naciones y su Instituto Internacional de Cooperación Intelectual en París, le propusieron que
“invite a alguien, elegido por mí mismo, a un franco intercambio de ideas sobre cualquier problema que yo desee escoger, me brinda una muy grata oportunidad de debatir con usted una cuestión que, tal como están ahora las cosas, parece el más imperioso de todos los problemas que la civilización debe enfrentar. El problema es este: ¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra? Que con el avance de la ciencia moderna, ha pasado a ser un asunto de vida o muerte para la civilización tal cual la conocemos; sin embargo, pese al empeño que se ha puesto, para darle solución todo ha sido un lamentable fracaso”.
Hace unos días en el sexto informe de evaluación, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, [1] señala que el ser humano ha calentado el planeta a un nivel nunca visto en los últimos 2000 años y está afectando a muchos fenómenos meteorológicos con cambios climáticos extremos en todas las regiones del mundo, generando consecuencias gravísimas para la humanidad, a menos que esta tome conciencia de la imperiosa necesidad de hacer profundas reducciones de las emisiones acumuladas que están produciendo el calentamiento global. En estos momentos hay algo más imperioso que la civilización deba enfrentar.
Hoy, parece que el más indispensable de todos los problemas que la civilización debe enfrentar es el cambio climático, donde la humanidad tiene aún un camino para evitar sus estragos, que en otrora no hizo para evitar la guerra que le preocupaba a Einstein y que ahora deberá hacer en el marco del mercado quién les ha declarado la guerra a todas las formas de vida en el planeta. Las nuevas generaciones tienen el desafío de interpretar la realidad y transformarla para no sufrir los vejámenes de no contar con un planeta donde vivir.

Asistimos a un cambio civilizatorio, en el cuál, la generación que sufrirá de forma más dramática los efectos del cambio climático deambula sobre el planeta en busca de respuestas; este es el desafío de mayor dimensión que ha tenido la humanidad.
No parece sostenible que la manera de enfrentar los efectos de cambio climático pueda resolverse con la misma estructura de pensamiento que nos llevó a esta crisis de orden planetaria, a la crisis civilizatoria a la que estamos asistiendo y cuyas consecuencias serán afrontadas por todos nosotros, especialmente por Los y las jóvenes de hoy y sus descendencias.
Por tanto, una actitud progresista responsable demanda cambiar los lentes y apostar a nuevas miradas; ello equivale a poner en cuestión el pensamiento cartesiano mecanicista, y acercarse a otras visiones que se tejen desde las ciencias de la complejidad.
El pensamiento cartesiano mecanicista de la modernidad materializó un conjunto de relaciones, en las que, desde el mundo de trabajo, la naturaleza y el hombre fueron ubicados en compartimentos separados: los seres humanos concebidos como instrumentos y la naturaleza asumida como un recurso inagotable; en esencia esto termina resumiendo los pilares fundamentales del sistema capitalista y su expresión salvaje, el principio de acumulación infinita.
La emergencia climática en que nos encontramos obliga a proponer actuaciones y propuestas para la mitigación del riesgo y la disminución del daño, producido por esa forma de pensar: es necesario que emerja una nueva lógica, un nuevo tipo de ser humano capaz de deponer la voracidad de sus ambiciones consumistas y construir una nueva sociedad capaz de conciliar y respetar la vida por encima del mercado.
Una lógica que podría emerger: asumir la política en función de la vida (biopolítica), que es mucho más potente que la clásica versión de la política en función del poder (Biopoder). Como es evidente, para avanzar en esa nueva lógica es necesario dotar las propuestas progresistas y transformadoras de un nuevo lenguaje, metodologías, asequibles y comprensibles para el conjunto de liderazgos territoriales y la ciudadanía en general.
Para ello es necesario avanzar en procesos de formación con base en pedagogías pertinentes que, por ejemplo, pongan de presente la relación directa y determinante entre el modelo económico imperante, el cambio climático y la crisis civilizatoria; consumos críticos y consumos vitales; cambio climático y vida, políticas de la vida y la paz que se construyen sacudiendo el tablero del modelo económico y la resiliencia del ser humano con el planeta; lo que implica, indiscutiblemente modificar las reglas del mercado, cambiar las lógicas del capital, las relaciones de producción e incluso, optar por un decrecimiento planificado, es decir, no implicando grandes crisis económicas sino oportunidades, lo que permita eliminar drásticamente la huella de carbono, cuyas materias primas se hallan fundamentalmente en los modelos extractivos fósiles y en la economía de mercado; por consiguiente es menester avanzar hacia una era pos capitalista que privilegie el cerebro antes que el mercado, reconfigure las relaciones de producción, la división internacional del trabajo y se avance en el desarrollo de economías colaborativas, con un matriz de producción energética a coste marginal cero.
Una nueva lógica pasa por asumir un pensamiento crítico, que permita comprender que el cambio climático no es un problema de largo plazo, sino que sus manifestaciones dramáticas ya son manifiestas en los territorios globales y locales, en la economía, en la política, la salud, la agricultura, la cultura y en todas las expresiones de la vida. Además de incorporar nuevos lenguajes y pedagogías, donde los asuntos ambientales vayan más allá de discursos y acciones conservacionistas y expresen un diálogo de emergencia entre naturaleza y cultura, desde búsquedas interculturales, socio-ecológicas y ético-ecológicas, que nos ayuden a organizar el desconcierto.
Asumiendo una manera de sentir, ser, representar y representarnos en el mundo, que se expresa y exprese en las luchas cotidianas. Que además nos exige asumir el desafío de construir formas organizativas políticas, que emerjan como respuesta a la crisis civilizatoria.
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